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antiqusima pelcula de Tyrone Power.
 Pero entre el extremo del Quasimodo y del kamikaze, yo
escog ser El Zorro. Al enmascarado se le supondrn todas las
perfecciones.
Suspiró? Tom el asiento de la silla con las dos manos. El
Anciano lo advirtió y me dijo con voz compasiva:
 No se apure. No he lanzado mi ltimo suspiro. Cuntas
veces no me habrn dado por muerto! Me adelant. Me aventu-
r.
 No se me muera sin enterarme primero, seor Presidente.
 De qu?  dijo el perico, como si estuviera entrenado para
esa pregunta. Tuve que rer.
 Del secreto que no suelta.
No se inmutó. Lo esperase o no, mi pregunta no alteró su
tranquilidad.
 Nadie debe saberlo todo  dijo al cabo . No es bueno para
la salud.
 O ms bien dicho, nadie puede saberlo todo?
 Qu noble es usted, Valdivia. Póngase chango. No, no se
trata de poder, sino de deber.
 Es que nos acercamos a la hora lmite. Yo le voy a implo-
rar, como el joven que usted mismo fue, que no me mande de
regreso a Mxico con las manos vacas...
 Yo nunca fui joven  me respondió con un dejo de amargu-
ra . Tuve que sufrir y aprender mucho antes de ser Presidente.
Si no, se sufre y aprende en la Presidencia, pero a costa del pa-
s.
Me miró con franco desprecio.
 Qu se cree usted?
Hizo una pausa.
 Es necesario haber perdido mucho para ser alguien antes y
despus de ejercer el poder.
 Pero a veces el que pierde con tanto secreto, tanta intriga
palaciega, tanta ambición personal, no es el poderoso, es el
pueblo. Y eso es una catstrofe  dije con mi tono ms digno.
 Las catstrofes son buenas  se relamió el viejo como el ga-
to de Alicia . Refuerzan el estoicismo del pueblo.
 Ms?  dije con cierta exasperación.
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CARLOS FUENTES La silla del guila
El Anciano me miró con una mezcla de piedad, simpata e
impaciencia.
 Mire: Todos creen que me pueden encerrar en un asilo de
ancianos. No cuentan con mi astucia. Yo me hago indispensable
con mi astucia. El papaloteo verbal se lo dejo al perico. Por eso
est usted aqu, porque yo s algo que todos quisieran saber y
que podra ser la clave para la sucesión presidencial.
Angostó diabólicamente la mirada, Mara del Rosario.
 Cree que voy a soltar prenda para que me tiren a la basu-
ra? Est usted pendejo o noms se hace?
 Yo lo respeto, seor Presidente.
 Lo dicho. Sigo con la boca cerrada.
 Crame que su franqueza no disminuir mi respeto.
Rió. Se atrevió a rer.
 Ser que soy muy maoso, camarada Valdivia. Creo en la
ley de la compensación poltica. Lo que doy con una mano, lo
quito con la otra. Si yo le doy lo que quiere, qu le quito en
cambio?
Inquir, inquieto:
 Quiere usted decir, qu espera de m?
Contestó como una flecha:
 O de quienes lo mandaron aqu.
 Mi protección  murmur, dndome cuenta inmediata de mi
estupidez.
El Anciano que nunca rea dejó de hacerlo pero mantuvo una
gran sonrisa.
 Nunca crea en lo improbable. Sólo crea en lo increble.
Cog la ocasión del rabo:
 Pero usted no me ofrece ni lo improbable ni lo increble. No
me da nada.
Ah qu caray. Qu tal si le digo que Mxico necesita la es-
peranza? Crear ilusiones absolutas y realidades relativas?
Animar la fantasa?
 Creer que me engaa.
 Ya ve? Y sin embargo le estoy diciendo la puritita verdad.
Y le doy, adems, la clave de mi secreto, por si de veras quiere
entenderla.
 Me regala usted una piedrecita. Yo quiero la roca entera,
seor Presidente.
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CARLOS FUENTES La silla del guila
 Una piedrecita arrojada al agua hace una ola chiquitita, pe-
ro la ola chica hace las olas grandes.
Pausa. Suspiro. Resignación.
 Y al cabo, todas las olas son igualitas.
Recuperó en un instante el vigor que se le iba como las olas
si el Golfo de Mxico fuese una gigantesca coladera. Y quiz,
esa tarde, lo era. En mi primera visita, El Anciano haba evoca-
do las mareas de invasores que entraron a Mxico por Vera-
cruz. Lo propio de las mareas, sin embargo, es retirarse, lle-
vndose consigo parte de la tierra, quiz la tierra que la tierra
ya usó, ya no quiere o ya no necesita. Qu se llevaban las co-
rrientes del Golfo? Todo, pens, si el Viejo lo permita. Nada, si
su terquedad le prohiba al mismsimo mar moverse.
 La bruma de la conspiración cubre a Mxico y nadie tiene la
cabeza ms alta que el aire que respira  dijo, por primera vez,
con ensoación (una ensoación contradictoria y poco justifica-
da), mirando hacia los muelles, el Castillo, el mar...
 Un aire contaminado, seor.
 Yo sólo le digo una cosa  repuso El Anciano con su mirada,
su tono habituales . Para respirar a gusto, para disipar la bru-
ma, para acabar con las conspiraciones, se necesita devolverle
al pas una ilusión.
 Otra vez?  pregunt, resignado.
 Hablo de un smbolo  la voz del expresidente ganó en au- [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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