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en Lubooga es de solamente 1.050 k.p.h.
Otra desventaja es que Lubooga est� a nivel bajo. Cuanto m�s alto sea posible situar el
lugar del lanzamiento, tanto menor es la resistencia al aire que hay que vencer. Pues no
solamente se est� m�s cerca de la superficie de la atmósfera (y por lo tanto m�s cerca del
punto de destino), sino que la capa m�s densa de la atmósfera yace por debajo, y se
puede considerar sobrepasada incluso antes del lanzamiento.
Sin embargo, originalmente Lubooga hab�a sido elegida como campo de pruebas para
cohetes, y para tal objeto tenia la ventaja de ser est�ril y estar abandonada; lugar solitario
que a nadie interesaba. El hecho de que era inadecuado como base para el lanzamiento
de sat�lites quedó relegado a segundo t�rmino en el proceso de conseguir aprobación
Federal para el Proyecto. La base para cohetes estaba all�, y era m�s prudente presentar
el Proyecto como un desarrollo de los experimentos existentes, que como una empresa
completamente nueva. En tales circunstancias los pol�ticos muestran una fe notable en la
capacidad de los cient�ficos de superar unas cuantas dificultades adicionales. Lubooga
(estaban de acuerdo) era ciertamente inaccesible, y el suministro de agua era quiz�s algo
incierto. Pero estas desventajas pod�an ser superadas, podr�an quiz�s incluso servir para
mantener bajo el n�mero de los empleados en el proyecto. Y en cuanto a las desventajas
t�cnicas, �sas siempre pod�an ser soslayadas por medio de la investigación. Tuvo que ser
Lubooga o nada.
Y los pol�ticos ten�an razón. Pues bajo la dirección en�rgica e inspirada de A. P.
Lawrence, Lubooga fue transformada. Arthur Penfold Lawrence nació en 1963 en una
familia de distinguidos ingenieros. Su padre, Henry H. Lawrence, fue el autor del proyecto
del anillo de nuevos helidromos que surgieron en el centro de Londres sobre las
abandonadas estaciones terminales de los ferrocarriles. Su t�o materno, Adri�n Penfold,
formó con el padre de A. P. la universalmente famosa asociación de Penfold y Lawrence,
quienes proporcionaron a la arquitectura prefabricada dones semejantes a los que
distinguieron a los hermanos Damas doscientos a�os antes.
El joven Arthur Lawrence pronto mostró todo el talento que cab�a haber esperado
heredase. Despu�s de una serie de triunfos arquitectónicos fue nombrado, a la temprana
edad de 31 a�os, Arquitecto Principal de la Gran Exposición Mundial del Bi-Milenio. A �l
debemos los edificios de tan delicada hermosura donde ahora se alberga la Secretar�a del
Gobierno del Mundo Unido, que sucedió a las Naciones Unidas y a la Liga de las
Naciones. Quiz� porque el �xito le hab�a sonre�do con tanta facilidad, no le atribu�a la
importancia y la magnitud debidas, y no se daba cuenta de la influencia que su
arquitectura estaba ya ejerciendo por iodo el mundo. Pues era un hombre modesto, que
no hab�a le�do mucho fuera de la esfera de sus intereses inmediatos, y que posiblemente
no se hab�a detenido nunca a considerar lo profundamente que su influencia hab�a
penetrado en campos de actividad por completo desligados del suyo. No estaba
satisfecho con lo que hab�a ya conseguido, y buscaba siempre nuevas orientaciones para
el genio que, con perfecta objetividad, reconoc�a en si mismo.
Su inter�s en la construcción de sat�lites fue despertado en primer t�rmino por uno de
los primeros modelos conjeturales de T Uno, obra de Pierre Delamaine, que se exhib�a en
el nuevo Planetario de Greenwich. Lawrence encontró mucho que criticar en aquel
modelo, tanto por razones est�ticas como pr�cticas, y fue algo t�pico en �l que, al cabo de
pocos d�as, estuviese ya en correspondencia con Delamaine, lo cual finalmente condujo a
entrevistas, y eventualmente a una colaboración.
Trabajando conjuntamente bajo los auspicios de la Real Sociedad Interplanetaria,
Lawrence y Delamaine llegaron a ser considerados como las grandes autoridades en
estructuras de sat�lites. En los primeros a�os de su colaboración, su trabajo experimental
fue financiado por la Corporación de Metales Ultra Pesados cuya gran riqueza se derivaba
de la fabricación dc isótopos de torio y otro material fisionable; pero posteriormente, y en
virtud del Acta de 2000 autorizando la construcción de T Uno, Lawrence recibió un
mandato federal confiri�ndole un poder y una responsabilidad casi sin restricciones. El
actual Sat�lite, as� como el lugar de lanzamiento en Lubooga, pueden ser considerados
sin reserva como monumentos a su genio.
Despu�s de su nombramiento, Lawrence no perdió tiempo en desplazarse a Lubooga
con sus nuevos colaboradores. All� encontró un estado tal de cosas que a �l le pareció
francamente lamentable. La base de lanzamiento de cohetes hab�a ido creciendo de una
manera puramente casual, extendi�ndose por el polvoriento desierto a medida que se
iban presentando nuevas necesidades. El equipo, los cobertizos que lo albergaban, las
viviendas, eran todos ellos escu�lidos y deprimentes, reminiscentes de una mina al aire
libre abandonada, junto a un sucio barrio bajo al estilo del siglo diecinueve. Algunos de los
que all� viv�an y trabajaban estaban cegados por el entusiasmo por su trabajo, y
permanec�an olvidadizos de sus alrededores; pero muchos otros, especialmente los
conscriptos, no hac�an sino existir all� de d�a a d�a en estado de deprimente melancol�a,
derrotados y humillados por la miseria en que se ve�an obligados a vivir. El primer trabajo
que Lawrence se impuso fue introducir orden y satisfacción en las vidas de aquellas
gentes, reconstruyendo por completo el establecimiento. Desvió sus actividades del
objetivo cient�fico principal y las concentró en reorganizar y hermosear los alrededores en
los cuales deb�an pasar sus vidas. No vaciló en demoler edificios que hab�an sido
levantados, aqu� y all�, por todas partes, seg�n las exigencias lo requer�an. Los sustituyó
por otros dise�ados cient�ficamente para que proporcionasen las mejores condiciones de
trabajo posibles, a la vez que las m�s eficientes, y que introdujesen un aire de gracia y
belleza all� donde previamente todo hab�a sido feo y deprimente.
Al principio esos cambios radicales no fueron bien recibidos. Muchos de los empleados
en la estación se encontraron realizando trabajos que consideraban por debajo de su
dignidad, o que no eran adecuados a sus calificaciones particulares. Los cient�ficos se
convirtieron en constructores y carpinteros, los oficinistas en canteros y obreros, y la
mayor parte de ellos se encontraron a las órdenes de capataces que poco tiempo antes
hab�an sido subordinados suyos. Pero tan pronto como comenzaron a ser visibles los
resultados, se evidenció la presencia de un nuevo esp�ritu, reminiscencia del esp�ritu de
aventura de los primeros colonos. El objetivo com�n, claramente concebido y
valerosamente dirigido por Lawrence, los unió en un vigoroso grupo cuyo bienestar y [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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