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brazo para agarrarse de la perilla de la silla de montar y se subió al dragón.
Traedme cuerdas ordenó.
¿Cuerdas? inquirió Dyvim Slorm frunciendo el ceño.
Sí. Si no me atáis a la silla, seguramente caeré al suelo antes de que hayamos volado una legua.
Se sentó en la alta silla, aferró el pincho que llevaba su estandarte azul, verde y plateado, se colocó el guante y
esperó hasta que sus compañeros llegaron con las cuerdas y lo ataron firmemente a la bestia. Lanzó una leve
sonrisa y tiró del cabestro del dragón.
Adelante, Colmillo de Fuego, guía a tus hermanos.
Con las alas plegadas y la cabeza gacha, el dragón comenzó a deslizarse hacia la salida. Tras él, montados en
dos dragones casi tan grandes, iban Dyvim Slorm y Moonglum, con expresiones preocupadas y pendientes de la
seguridad de Elric. Mientras Colmillo de Fuego avanzaba a paso ondulante por la serie de cuevas, las demás bestias
fueron colocándose tras él hasta que todas llegaron a la boca de la última cueva que daba al mar. El sol se
encontraba en la misma posición en lo alto del cielo; aparecía rojo e hinchado, como si fuera creciendo al ritmo de
la marea. Lanzando un grito que era mitad siseo y mitad chillido, Elric golpeó el cuello de Colmillo de Fuego con
su pincho.
¡Arriba, Colmillo de Fuego! ¡Elévate por la venganza de Melniboné!
Como si presintiera la extrañeza del mundo, Colmillo de Fuego hizo una pausa al borde del saliente, sacudió la
cabeza y bufó. Cuando se lanzó al aire, comenzó a batir las alas; su fantástica envergadura ondeó con majestuosa
gracia haciendo avanzar a la bestia a increíble velocidad.
Se elevó más y más por debajo del sol hinchado adentrándose en el aire turbulento, con dirección al este donde
los esperaban los campamentos del infierno. Detrás de Colmillo de Fuego iban sus dos hermanos dragones,
llevando a Moonglum y a Dyvim Slorm, que tenía un cuerno propio, el utilizado para dirigir a los dragones.
Noventa y cinco dragones más, hembras y machos, oscurecieron el cielo azul intenso, sus escamas verdes, rojizas y
doradas relucían en el aire mientras batían las alas y en conjunto, sonaban como el golpear de un millón de
tambores mientras sobrevolaban las aguas impuras con las fauces abiertas y los ojos fríos.
Aunque allá abajo Elric alcanzaba a distinguir muchos colores de inmensa riqueza, éstos eran oscuros y
cambiaban constantemente, pasando de un extremo al otro de un espectro oscuro. Allá abajo no había ya agua, sino
un fluido compuesto de materiales naturales y sobrenaturales, reales y abstractos. El dolor, el anhelo, la tristeza y la
risa se apreciaban como fragmentos tangibles de la marea; en ella bullían también las pasiones y las frustraciones,
así como una materia hecha de carne viva que burbujeaba a veces en la superficie.
Elric estaba tan débil que al ver aquel fluido le entraron náuseas y volvió sus ojos carmesíes hacia arriba y hacia
el este mientras los dragones continuaban su vuelo.
No tardaron en encontrarse sobre lo que había sido el Continente Oriental, la principal península vilmiriana.
Aquella tierra aparecía desprovista de sus anteriores cualidades, de ella se elevaban inmensas columnas de bruma
oscura que tuvieron que atravesar con sus reptiles. El suelo aparecía cubierto de lava hirviente y unas formas
repulsivas se movían en la tierra y en el aire: bestias monstruosas y grupos ocasionales de extraños jinetes
montados en caballos esqueléticos que al oír el batir de las alas de los dragones miraron hacia arriba y salieron a
galope tendido en dirección a sus campamentos.
El mundo parecía un cadáver al que los gusanos que se alimentaban de él daban vida.
De la humanidad nada quedaba, salvo los tres hombres montados en los dragones.
Elric sabía que Jagreen Lern y sus aliados humanos habían abandonado tiempo atrás su humanidad y ya no
podían hacerse pasar por miembros de la especie que sus hordas habían arrasado de la faz del mundo. Únicamente
los jefes conservaban su forma humana, puesto que los Señores Oscuros la utilizaban, pero sus almas eran tan
retorcidas como los cuerpos de sus seguidores, deformados hasta adquirir aspectos infernales, debido a la influencia
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