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pescado, por dif�cil que fuera extraviarse en la blancura de esos sabrosos peces casi
dom�sticos. En cuanto a la salsa, pod�a calific�rsela sin error de �neutra�. Wa
comió en silencio, con apetito. Lu Hsin abrió una botella de buen vino blanco en su
honor, y la bebieron r�pidamente. De sobremesa, t� y cigarrillos, mientras Hin
terminaba sus deberes y despu�s se entreten�a dibujando.
 �Es aplicada en la escuela?  preguntó Wa.
Lu vaciló un momento, por sus motivos personales; instant�neamente se le
ocurrió que pod�an pensar que vacilaba respecto de la pregunta, por lo que se
apresuró a responder:
 S�, creo que es bastante buena alumna.
Hin segu�a trabajando como si no oyera nada.
 Es muy ordenada.
 �Lo notó?  le preguntó satisfecho . Es una de sus mejores virtudes.
 Pero el a�o pasado perd� mi sacapuntas  dijo Hin saliendo de su simulada
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distracción.
 Ah.
 Eso fue un accidente  la disculpó Lu.
Hab�a dibujado el contorno de un pato, tal como se los ve�a. Dijo que deb�a
ser el pato negro, su favorito, y le pidió permiso a Lu para destapar el frasco de
tinta y usar el pincel. Ten�an un acuerdo de que no har�a tal cosa de noche, pero en
este caso val�a hacer una excepción: no sólo por la presencia del hu�sped, que
garantizaba la prolijidad de la operación, sino tambi�n porque esa pintura no
estar�a terminada sin unos toques de tinta, que sugirieran el negro suntuoso de las
plumas. Adem�s, lo har�a muy r�pido.
En efecto, fue veloc�sima; dejó la hoja sec�ndose en la ventana, sujeta al borde
del vidrio inferior con dos brochecitos, mientras iba a la cocina a enjuagar el pincel.
Por un efecto paradojal de la luna, se produc�a una transparencia. Los dos hombres
ve�an el pato, que ten�a una notable semejanza. El negro de la tinta se proyectaba
en las tinieblas nocturnas.
El acontecimiento memorable del d�a siguiente fue la consecuencia,
probablemente inevitable, del no menos memorable acontecimiento del d�a
anterior: ocho de los diez patos murieron tras una grandiosa pelea que sostuvieron
entre s� y que, a pesar de tan notable resultado pasó desapercibida mientras
suced�a, para los habitantes de la casa. Era incierto el momento en que pudo haber
tenido lugar. Las aves se hab�an mostrado silenciosas, pero de todos modos el
combate no pudo haber transcurrido sin un m�nimo de alboroto. �Cómo fue que
nadie lo oyó? Estaban vivos los diez sin falta cuando Hin se fue a la escuela por la
ma�ana: les dio de comer, es decir, renovó la galleta, que no hab�an tocado, estuvo
un rato memoriz�ndolos, sin atreverse a tocarlos, e incluso pensó con ligero
sobresalto que no hab�an movido una pluma en toda la noche; los diez miraban
hacia el este en poses fijas, y la ni�a se dijo que si se manten�an as�, como un
ejercicio mnemot�cnico, le ser�a f�cil llegar a reconocerlos. Quiz� ya a esa hora su
suerte com�n estaba echada, quiz� los pactos y desaf�os ya hab�an tenido lugar, y
el hecho de que mantuvieran sus posiciones era lo m�s agresivo que pod�an hacer,
salvo matarse, cosa que hicieron cuando no los ve�an.
Despu�s de marcharse Hin, Lu Hsin no hab�a prestado la menor atención a lo
que suced�a en el patio, ocupado en la expedición del diario, con cuyos atados
partieron al mediod�a Wa y Yin. Respecto de la se�ora Whu, era m�s dif�cil hacer
suposiciones. Hab�a estado en la casa, encerrada en la cocina, pero qui�n sabe en
qu� enso�ación. Cuando Hin volvió de la escuela, con dos compa�eritas que
ven�an expresamente a conocer a sus nuevas mascotas, �stas ya hab�an pasado su
gravosa prueba y estaban muertas en su mayor�a. Lu Hsin hab�a descubierto la
cat�strofe un rato antes, y se limitó a contemplarla. Los dos patos sobrevivientes se
hallaban al fondo del patio, de perfil, lejos uno del otro, y parpaban suavemente
sin mover el pico. Las ni�as quedaron petrificadas, los ojos muy abiertos. Lu Hsin
le dijo a Hin que ignoraba tanto como ella qu� pod�a haber pasado. La dispersión
de plumas y cad�veres era horrenda. Se hab�an masacrado. Las estocadas de esos
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picos en forma de cuchara ten�an, por lo visto, un efecto atroz, peor que las
granadas de fragmentación. Considerando lo cual, los dos sobrevivientes no ten�an
demasiado desarreglado el plumón, ni siquiera estaban sobremanera ba�ados en
sangre. Lu Hsin reflexionó en voz alta que no deb�an de haber participado en el
combate, salvo como espectadores. Porque aqu�, participar equival�a a morir. Algu-
nos cad�veres estaban trabados de a dos (el caso del admirado negro), las palmas
rasgadas como celof�n, los picos mismos quebrados, y los cuerpos, los pobres
cuerpos, m�s rollizos de lo que se habr�a cre�do, dados vuelta por entero, en nudos
imprecisos de carne roja y grasa amarilla, huesitos astillados, órganos en ristras
mal enrolladas.
La se�ora Whu hab�a salido al o�r a las ni�as (ten�a un sexto sentido para
saber cu�ndo Hin estaba en la casa) y manifestó su sorpresa al ver el desastre, se�al
genuina, porque nunca ment�a, de que le hab�a sido ajeno hasta el momento. La
vecina Kiu tambi�n se hizo presente, y ella s� dijo haber o�do el estr�pito de los
patos ri�endo pero, por discreción, no hab�a querido intervenir.
 Nos habr�a ahorrado un disgusto  le dijo Lu secamente, y agregó,
temiendo parecer descort�s : Aunque no creo que se hubiera podido hacer nada.
Las ni�as dieron unas vueltas cautelosas, y al fin salieron a la calle, a esperar
a Yin para que les prestara la bicicleta. Hin le dirigió una mirada a Lu, que se
encogió de hombros. El incidente lo dejaba malhumorado, sobre todo por
producirse en un momento en que siempre quedaba vac�o y deca�do:
inmediatamente despu�s de impreso y entregado un n�mero de la Gaceta.
Adem�s, le faltaba Yin, a cuya presencia se hab�a habituado. Siguió a las ni�as
hasta la calle, y tomó a Hin por los hombros con dulzura. Le dijo que hoy su amigo
no vendr�a hasta muy tarde, pues repart�a el periódico en las aldeas vecinas. Yin
era un joven por dem�s generoso y paciente, y les hab�a ense�ado a conducir su
bicicleta a Hin y a todas sus amigas. Pero hoy el rodado serv�a a un propósito m�s
importante que la diversión de las peque�as. Ellas parecieron doblemente
mortificadas por la información. Entraron a la casa, y �l volvió a seguirlas. Les
sirvió unos vasos de leche con t� de rosas y les aconsejó que trabajaran un rato en
sus deberes. Quiz�s Yin volviera antes de la noche, y podr�an dar una vuelta des-
pu�s de todo, para consolarse.
Le hicieron caso. Despu�s de un rato de conversación, empezaron a copiar
fragmentos de Mao, y se los pasaban a �l para que verificase la caligraf�a. Lu Hsin
asent�a a todo, hasta a los errores. Eso le recordó la carta que se hab�a propuesto
escribirle al amigo del presidente, pero no se sent�a de �nimo, con la visión de esas
aves laceradas todav�a en la retina.
De modo que salió a fumar un cigarrillo, pero la presencia de los patos
muertos (y los vivos) lo deprim�a, aunque no los viese. Se los imaginaba all�, al pie
de las monta�as que tanto hab�a contemplado, como v�ctimas propiciatorias frente
a un altar r�stico pero exquisitamente pintado. Era chocante, una pura visión. Que
perder�a su pureza cuando tuviera que levantarlos, cosa que si no hac�a �l no har�a [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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