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apartó a un lado para evitar el contacto con la primera. Detrás de él, un irakzai dio un salto hacia
adelante y hundió su espada en la extra a bola. Inmediatamente una explosión sacudió la monta a. Se
produjo una llama cegadora y la bola desapareció, pero del curioso guerrero sólo quedó un montón de
huesos calcinados. Su crispada mano todavía aferraba la empu adura de la espada, pero la hoja de
acero había desaparecido, se había fundido, destruida por aquel terrible calor. Sin embargo, los
hombres que estaban al lado de la víctima no habían sufrido ninguna herida, excepto la ceguera
momentánea producida por el repentino brillo de la explosión.
-¡El acero las hace estallar! -gritó Conan-. ¡Cuidado... ahí vienen!
La pendiente que había encima de ellos estaba cubierta casi por completo de esferas rodantes. Kerim
Sha tensó su arco y lanzó una flecha hacia la masa, que explotó en llamas. Los hombres siguieron su
ejemplo, y durante los minutos siguientes fue como si u a tormenta inundara la ladera de la monta a,
llenándola de rayos y de llamas. Cuando todo cesó, quedaban pocas flechas en las aljabas de los
guerreros.
Siguieron ascendiendo por el terreno calcinado y ennegrecido En algunos puntos, la roca se había
convertido en lava a causa de la explosión de aquellas bombas diabólicas.
Se hallaban a un tiro de flecha de la silenciosa torre y se desplegaron en línea, con los nervios en
tensión, preparados para hacer frente a cualquier horror que descendiera sobre ellos.
En la torre apareció una figura con un cuerno de bronce de tres metros de largo. Su estridente bramido
resonó en las monta as con mil ecos, como si se tratara de las trompetas del Juicio Final.
Inmediatamente rué contestado desde la misma tierra. El terreno tembló bajo los pies de los invasores
y desde las profundidades subterráneas surgieron sonidos extra os.
Los irakzais gritaron retrocediendo como borrachos sobre la abrupta ladera y Conan, con los ojos
centelleantes, corrió adelante, cuchillo en mano, y fue directamente hacia la puerta que había en el
muro de la torre. Por encima de él, se oyó una vez más el enorme cuerno, que sonó como una burla
cruel. Kerim Sha tensó el arco y lanzó una flecha.
Sólo un turanio era capaz de efectuar un disparo así. El rugido del cuerno cesó inmediatamente y en su
lugar se oyó un prolongado grito de dolor. La figura vestida de verde que estaba en la torre se tambaleó
aferrando el largo dardo que sobresalía de su pecho y acto seguido cayó del otro lado del parapeto. El
enorme cuerno se quedó colgando del bordillo, y otra figura vestida de verde corrió para cogerlo,
gritando con horror. El turanio lanzó otra flecha y se oyó un aullido de muerte. Al caer el segundo
acólito, empujó el cuerno con el codo y el largo instrumento se estrelló contra las rocas que había más
abajo.
Conan había recorrido la distancia que lo separaba de la torre a tal velocidad que, mucho antes de que
se apagaran los ecos de la caída del cuerno, ya estaba intentando derribar la puerta. Advertido por su
instinto salvaje, retrocedió súbitamente en el preciso instante en que caía desde arriba una enorme
cantidad de plomo derretido. Pero un segundo después volvió a atacar los paneles con renovada furia.
Lo incitaba el hecho de que sus enemigos hubieran tenido que recurrir a armas terrenales. La brujería
de los acólitos era limitada. Sus recursos mágicos tenían que agotarse en cualquier momento.
Kerim Sha subía apresuradamente por la ladera mientras sus hombres lo seguían con gran entusiasmo.
A medida que avanzaban seguían tirando flechas.
La enorme puerta de teca cedió bajo el furioso ataque del cimmerio, que miró hacia el interior
esperando lo peor. En ese momento, estaba contemplando una habitación circular en la que había una
serpenteante escalera. Del otro lado de la sala había otra puerta desde la que se veía la ladera de la
monta a... y las espaldas de media docena de siluetas verdes que huían despavoridas.
Conan lanzó un grito y entró en la torre, pero una vez más su instinto lo hizo retroceder justo cuando
caía al suelo un enorme bloque de piedra, en el mismo lugar en el que había estado él un segundo antes.
Luego corrió alrededor de la torre, dando órdenes a su seguidores
Los acólitos habían evacuado su primera línea de defensa. Cuando Conan finalmente rodeó la torre,
vio sus verdes túnicas flotando al viento en la monta a. Inició la caza, jadeando con sed de sangre,
mientras Kerim Sha y los irakzais lo seguían.
La torre se alzaba en el borde inferior de una estrecha planicie cuya inclinación apenas era perceptible.
A unos cientos de metros de distancia, la planicie terminaba abruptamente en un precipicio que no se
veía desde la parte baja de la monta a. Los acólitos habían saltado al interior de aquel abismo sin
reducir aparentemente la velocidad de su carrera. Sus perseguidores vieron flotar las verdes túnicas,
que desaparecieron rápidamente en aquel lugar.
Pocos minutos después, Conan, Kerim Sha y los irakzais se hallaban sobre el borde del abismo que los
separaba del castillo de los Adivinos Negros. Se trataba de un barranco cortado a pico que se extendía
en todas direcciones, al parecer rodeando la monta a. Mediría aproximadamente unos cuatrocientos
metros de ancho por ciento cincuenta metros de profundidad. Y de borde a borde flotaba una neblina
extra a, translúcida y brillante. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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